Formación Científica

 A comienzos de los ochenta llegó a mis manos un libro titulado “Literatura rusa del absurdo” –hoy inhallable– y tuve algo así como un amor a primera lectura. Entusiasmado compuse un puñado de textos cortos cercanos a ese género, escritos a mano y luego tipeados en una Lexicon 80 (máquina burocrática, si las hay). Varios años después, algunos de ellos –que se podrían denominar de ciencia ficticia– fueron publicados en La ciencia y el hombre, revista de la Universidad Veracruzana (1998, Vol X), bajo el título general de Formación científica.

Pese a los recientes y malos recuerdos que trae la sola mención de la cuarentena, según el diccionario de la RAE la palabra alude a unas cuantas cosas, además del aislamiento preventivo.Por caso, cualquier período de 40 días, meses o años. 

Estos textos se acercan a su propia cuarentena.Están como entonces. Yo, no. 



BREVE HISTORIA DE LA LEVITACIÓN
(y algunas instrucciones para su práctica)



    La historia ha demostrado que, a lo largo de los siglos, las civilizaciones se han desarrollado sobre el esquema piramidal, en el que la cúspide ejerce el dominio basado en el poder bélico, económico o religioso. Sin embargo, el factor que ha permitido el acceso a dicho poder siempre consistió en la posesión de alguna técnica o simple conocimiento. Cual verdaderos arcanos, estos saberes se guardaban de manera críptica y se transmitían, fundamentalmente por línea sanguínea, para garantizar la continuidad y el consecuente dominio, lo que dio origen a las monarquías y castas reales.

    En lo que parece haber sido una constante, debida acaso a características propias del ser humano –que escapan al objetivo de este trabajo–, los poseedores del conocimiento se encargaron de que fuese inaccesible para la mayoría, y así cada hallazgo, cada invención, se convirtieron en secretos celosamente custodiados. Esto permitió la aparición de diversas culturas, su crecimiento, apogeo y posterior decadencia (no pocas veces precisamente porque, sea por luchas intestinas, invasiones de pueblos vecinos u otras razones, dichos secretos dejaron de serlo) y este surgimiento y desaparición de pueblos de distinta envergadura fue durante siglos el modelo sobre el que avanzaría la humanidad.

    Uno de esos secretos –y tal vez el sueño de la mayoría de los mortales que poblaron el mundo– ha sido el de flotar en el aire, fenómeno que puede encontrarse en los libros bajo el cuatrisílabo de levitación. 

    Justo es reconocer que algunos pueblos menores, acaso distantes de ese aludido esquema piramidal, dominaron con maestría esta virtud. Por ejemplo, bajo el reinado de Ag-Meriaz, los acanthios no sólo levitaban con total facilidad sino que incluso volaban de árbol en árbol realizando diestras cabriolas y defecando cuanto encontraban a su paso. Desafortunadamente los historiadores nunca lograron encontrar vestigios de dicho pueblo, ni siquiera una aproximación a su ubicación geográfica. La Enciclopedia de Asuntos Pendientes, en su segunda edición del año 1907, cita el caso de los osimeos, habitantes de algún lugar del África, quienes se remontaban hasta las capas más altas de la atmósfera; sacudidos y arrastrados por el temible viento senecio, el pueblo fue desapareciendo y siglos después sus descendientes fueron encontrados desperdigados en una mitad del continente. Esto no sólo permitió  posteriormente conocer la dirección dominante del viento senecio, sino que estudiando en un mapa su ubicación, estableciendo correctamente la densidad de cada grupo y sus edades, se puede determinar con precisión la frecuencia e intensidad con que sopló el temible viento. Sin duda, un valioso aporte para la noble ciencia de la meteorología. Lamentablemente –cita la Enciclopedia– los actuales osimeos son incapaces de saltar un escalón.

    El etnólogo Odum Mairette, en su libro Orígenes de la inmigración gitana en la isla de Terranova, plantea una hipótesis basada en una cita de Tradiciones escandinavas, recopilación de Olaf Napalm. El texto en cuestión hace mención de los temperamentales gitanos noruegos, quienes enardecidos por el alcohol, la música y la pasión levitaban a unas decenas de metros del suelo. Curiosamente el fenómeno sólo se producía de noche, y los gitanos antes de volver a tierra preferían aletear hacia el oeste, huyéndole al amanecer. Esta es la razón, según Mairette, por la que los gitanos atravesaron el Mar del Norte sin saber navegar y aparecieron en Terranova. Naturalmente murieron muchos: de frío algunos, de agotamiento otros. Si se tiene en cuenta esto, la hipótesis de Mairette posee su lógica: hay sólo dos gitanos en Terranova.

    En el pasado siglo y en lo que va del actual, los casos de levitación citados son escasos, aislados y fundamentalmente poco creíbles. Algunos autores sostienen que con el advenimiento del telégrafo se cortó la cadena de transmisión oral del secreto de tan precioso don. Otros, en cambio, atribuyen a la contaminación atmosférica y a las explosiones atómicas el poco interés en remontarse a las alturas; sin embargo, aun si se demostrara, esta teoría sería sólo aplicable a los casos de alta levitación. Pero sucede que ya nadie se eleva ni siquiera un par de metros, y aunque circulan apócrifas explicaciones de corte psicoanalítico para esto, una simple observación estadística nos permite apreciar que la actual disponibilidad de espacio (en metros cúbicos) impone una limitación mecánica, al menos a los habitantes de los centros urbanos.

    La globalización, la crisis internacional, el derrumbe de las ideologías, la abrumadora información circulante –entre otras muchas causas– han transformado al mundo en un escenario donde todo es tan vacuo como efímero. Esto ha traído como consecuencia el olvido de artes y técnicas que antes fueron herramientas de poder, la levitación entre ellas.

    Pese a esto, si se tiene en cuenta la tendencia actual de considerar a los pequeños grupos (familia, círculos laboral, intelectual o deportivo…) como células constitutivas y, por ende, potencialmente renovadoras del tejido social que las contiene, aquellas capacidades olvidadas pueden volver a tener valor. Y allí, la levitación.

Si se quiere lograr la admiración –y por qué no, la devoción aunque acaso el odio– de algunos de esos grupos citados, o deslumbrar a aquellos que creen que todo lo tienen o todo lo saben, es preciso adquirir algún conocimiento especial, distante de las posibilidades ajenas. Qué mejor entonces que contribuir a la recuperación del milenario arte de la levitación con su práctica. Flotar en el aire mientras se mira, impávido, la envidia y el deseo en los ojos de los amigos y sus mujeres, respectivamente.

    Para ello, inútil es la práctica convencional de la autoconcentración o la meditación trascendental, métodos lentos con los que, con óptimos resultados, apenas se lograrán, ya en la vejez, unos torpes saltos de unos pocos centímetros. Tampoco conducen a nada la ingestión de infusiones de yerbas extrañas o la autoaplicación de corriente eléctrica; por el contrario, implican un alto riesgo y la posibilidad de hacer el ridículo.

    Para levitar, simplemente se debe fijar al piso un poste de madera dura, de manera que sobresalga aproximadamente un metro y medio del suelo. Sobre él se coloca una pequeña tarima en la que apenas quepa un pié, y allí parado se comienza practicando distintas poses: flamenco, bailarín sentimental, pedestrista, pederasta y otros.

Superada esta etapa, se serrucha longitudinalmente por la mitad el poste y se vuelven a repetir las posiciones citadas. Cuando se haya garantizado la estabilidad (siempre mirando fijo hacia donde estará el público) se procede a serruchar nuevamente el madero y vuelta a trepar a él. Y así sucesivamente, haciendo la salvedad de que para los últimos cortes se requiere de instrumentos de precisión y una potente lupa.

    Nadie lo ha hecho, pero quien aprenda a pararse sobre la delgada cadena de moléculas en que se habrá transformado la base, tiene el éxito asegurado. A menos que algún espectador tenga una vista muy aguda.


Ilustración: Alejandro Barbeito


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