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TIET BERNAT

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Ilustración: Alejandro Barbeito Para Alberto Edel León, el Beto Desde que conocí al tío Bernat, el tiet, o quizás deba decir desde que me acuerdo de él, de su aparición en mi vida, siempre me impresionaron sus ocurrencias y sus salidas imprevisibles, que hicieron que yo lo adorara y que algunos dijeran de él “hay que dejarlo correr para el lado que dispara”. La frase se usaba con otro sentido, pero es que si tenía algunas conductas inesperadas, si su humor era cambiante, cambiante hasta el desconcierto, había que buscar en sus años jóvenes, donde precisamente anduvo disparando. Disparando su fusil, y luego disparando de la muerte. El tiet había nacido en un pueblito de Cataluña, no muy lejos de Girona, que sin dudas habrá sido muy distinto entonces que cuando yo lo conocí hace varios veranos. Era de familia pobre y a los dieciocho años saludó a sus padres y rumbeó a Barcelona, con la escuela sin terminar pero sabiendo leer y escribir y, lo más importante, con los rudimentos de un ofici