El orden de los actores
El orden de los actores propone una puesta en escena singular que se desarrolla en lugares y tiempos diversos, a ambos lados del mar, entre España y Argentina. Hechos sin conexión aparente, con apenas un factor común: en las peripecias de los personajes siempre aparece el amor con una consistencia volátil, porque no perdura o porque no se concreta, por la presunción recíproca de los amantes de que no son correspondidos; o por las circunstancias adversas que rodean las vidas de estos seres, la mayoría destinados al destierro, a la búsqueda inútil de un lugar en el mundo.
En el fondo de estas historias de amor está la guerra y la lucha por la supervivencia. Esta novela breve de Ricardo Irastorza, gracias a una escritura austera y bella, por momentos conmueve, y por momentos nos hace levantar la vista y pensar que las vidas de esos actores (Fermina y José o Gina y René) pudieron ser la nuestra.
***
Reseñas y notas publicadas sobre la obra
Sueños familiares: reseña de "El orden de los actores"
Un narrador sencillo, austero y sensible es el motor de El orden de los actores, de Ricardo Irastorza, una de las novelas más bellas que se han escrito y publicado en Córdoba.
Pocos personajes, pocas palabras, pocas escenas, pocos (y simples) trucos narrativos. Notable capacidad de selección, entonces, para concentrarse en lo esencial.
Y en esa selección, vale destacar el uso de una pequeña colección de enunciados -a veces una enumeración, en otras una inversión de los términos, alguna vez un juego de espejo entre los personajes con las mismas palabras- que pueden retornar cada tanto, cuando cambian las circunstancias, para marcar un punto de inflexión en la historia de alguien (como variante literaria, si se quiere, de la función que cumple en una canción su estribillo).
Ricardo Irastorza: “El tiempo juega siempre, y si no lo hace, nos observa desde la tribuna”
Hace algunas semanas, en Córdoba se presentó la novela “El orden de los actores”, del escritor y docente Ricardo Irastorza, libro que pertenece –a su vez- a la colección “El Llavero”, de Comunicarte. En la sección entrevistas, hoy te dejamos una charla con el autor de Bell Ville, quien nos cuenta sobre este relato a cuatro voces, de personajes que son retrato de dos épocas históricas y políticas mundiales, y que viajan en el tiempo para interpelarnos por lo que significa la memoria, el destierro y el exilio.
La nueva historia de Ricardo Irastorza tiene movimiento. De principio a fin. Sus personajes se mueven, juntos y por separado, de un lado a otro del mundo, y nosotros como lectores, los vamos siguiendo en cada paso que dan, tratando de entender lo que ellos tampoco entienden a medida que se van moviendo, que van siendo.
Fermina y José, Gina y René son los cuatro protagonistas de esta novela, “El orden de los actores”, que hace algunas semanas se presentó en la ciudad de la mano del cordobés Ricardo Irastorza. Ellos construyen dos relatos, y a su vez muchos más, porque su pasar por el mundo es justamente moverse o entender que muchas veces las coordenadas donde estamos ubicados implican necesariamente que nos vayamos moviendo, aunque no lo queramos.
Los cuatro personajes son protagonistas de dos historias que –a simple vista- no tienen conexión entre sí ya que el tiempo y la geografía los separa. Sin embargo, hay algo que los une, como si fueran notas que pueden sonar lindas separadas, pero que unidas bajo una tonalidad le dan cuerpo a una bella canción y crean otros significados. Eso, “El orden de los actores” es como una canción, y la comparación no es del todo casual, ya que su autor eligió introducirnos al relato recordando la bella melodía de jazz “Nauges”, de Django Reihardt.
Sobre las historias reales de inmigrantes y exiliados que hay detrás de esta ficción, de la conexión de la novela con sus anteriores trabajos y del tiempo como variable de todo, Irastorza charló con Babilonia, y nos contó un poco más sobre su reciente trabajo en esta charla:
- En esta novela nuevamente haces foco en historias mínimas, de personas que son parte de un paisaje social, político y cultural macro, pero que sus pequeñas existencias nos permiten reconocer el todo. ¿Qué te seduce de esos pequeños retratos individuales para contar lo general de un tiempo o una época?
- Son las historias de la gente que iluminó mi vida y la llenó de cosas para decir. Durante mucho tiempo creí que yo no escribía sobre mi tiempo o mi época. Ahora que después de muchos años me he puesto a releer mis cuentos anteriores, me doy cuenta de que pese a que apunto más a lo fantástico –aunque no es el caso puntual de esta novela–, no he hecho otra cosa que testimoniar eso.
- El tiempo es una variable que juega un papel fundamental en el relato planteando movimientos pero también continuidades, ¿qué importancia le diste vos como protagonista en sí al paso del tiempo?
- El tiempo siempre juega un papel fundamental, siempre es protagonista, en la ficción o en la vida real, ya sea restañando, reconstruyendo, induciendo al olvido o, por qué no, a la confusión. En El orden de los actores, los protagonistas cruzan fronteras, determinantes en la vida de ellos; es el transcurrir del tiempo el que le da ese carácter determinante, no la geografía. No es nuevo para mí: también tuvo un papel fundamental en El modo exacto de estar en el mundo, mi anterior novela.
Por otra parte, hay una temporalidad del momento de la escritura, un momento preciso y –creo yo– único e irrepetible. Hace poco escuché la lectura en voz alta de un párrafo de El orden de los actores y me resultó casi novedoso, como si no fuera propio... Podría decirse que el tiempo juega siempre, y si no lo hace, nos observa desde la tribuna.
- Aquello que queda suspendido, lo que no se resuelve, también es lo que genera un peso en la historia, ¿crees que en literatura las ausencias son tan importantes como las presencias?
- Sí, claro, como los silencios en la música, los trazos discontinuos en el dibujo, o los tantos recursos que existen en la pintura para decir sin mostrar. O acaso para no decir nada y dejar un lugar para que cada uno haga con esa supuesta ausencia lo que quiera o pueda. Incluso irse de la obra y volver al tiempo hecho otro.
- Fermina y José, Gina y René, ¿qué quisiste reflejar en cada una de estas parejas, de sus encuentros y desencuentros?
- El libro tiene dos partes bien definidas, que parecen inconexas y terminan relacionándose. Las dos parejas viven dos lugares y dos momentos de conflicto, y cada uno de sus integrantes asumen una posición ante esos conflictos. Lo ideológico tiene mucho que ver en esos encuentros y, sobre todo, desencuentros. Sin embargo, eso surgió durante la escritura, no me lo había propuesto.
- El sentimiento de lejanía, de inmigración, de exilio sobrevuelan la novela, pero la ubicación de los personajes entre España y Argentina es puntual. ¿Hay alguna historia personal detrás de estas vidas ficcionales que fueron disparadores creativos a la hora de escribir? ¿Cuáles?
- Soy nieto de inmigrantes vascos, y eso, que fue muy fuerte en mi infancia, me dejó una marca. Hace pocos años me contaron una anécdota de cuando mi abuela era niña, y allí se originó la primera parte del libro; entonces me fui a recorrer la frontera entre el País Vasco y Francia, donde se desarrolla y donde están mis ancestros. Otra cosa es la segunda parte, en la que el personaje busca, además de construir su vida, cómo salir del país en medio de la dictadura. Eso también surgió mientras iba escribiendo, y no es casual. Esa intención de escapar de tanta muerte, de tanta locura, de tanta incertidumbre sobre la suerte de cada uno, fue una constante en la década del setenta. Como el personaje de René, hubo quienes no militaban pero compartían la idea de una sociedad más libre y más justa e igualitaria, y muchos de ellos la pasaron mal (tan mal o incluso peor que quienes tenían una organización que de alguna manera los amparaba), porque ser un librepensador siempre implicó riesgos. Muchos vieron el peligro e intentaron irse; no todos pudieron, y de esos algunos ya no están. Constituyen una franja de la que pocos se acuerdan, ni de los vivos ni de los muertos. Aunque esa parte del libro no es personal, yo soy de esa generación y viví esa incertidumbre.
- El título de la novela, “El orden de los actores”, me remite al pensamiento lógico y matemático de los factores y el resultado, ¿pensás en el mundo o la existencia como una serie de eventos que tienen siempre su causa y efecto? ¿o fue sólo una propuesta literaria para esta novela?
- El nombre original del libro fue Nuages, uno de los clásicos de Django Reinhardt y que es el que toca René en un momento crucial de su historia. Con buen tino, la editora –Karina Fraccarolli, de Comunicarte– me sugirió cambiar el nombre, porque por acá tenemos inventiva para la fonética inglesa pero no para la francesa, y terminaría siendo “nuajes”, con una rotunda jota. Entonces puse en escena “El orden de los actores”, que en principio no era más que un juego de palabras, ligado a aquella propiedad de algunas operaciones que nos enseñaban en la escuela. Terminó por gustarme y con el tiempo me he dado cuenta de que, en realidad, encaja con los actores de este libro, donde el orden no es estrictamente espacial, sino que se relaciona con el tiempo, con el tiempo de esos actores, algo que ya hablamos.
Florencia Vercellone
En el fondo de estas historias de amor está la guerra y la lucha por la supervivencia. Esta novela breve de Ricardo Irastorza, gracias a una escritura austera y bella, por momentos conmueve, y por momentos nos hace levantar la vista y pensar que las vidas de esos actores (Fermina y José o Gina y René) pudieron ser la nuestra.
***
Reseñas y notas publicadas sobre la obra
Sueños familiares: reseña de "El orden de los actores"
Un narrador sencillo, austero y sensible es el motor de El orden de los actores, de Ricardo Irastorza, una de las novelas más bellas que se han escrito y publicado en Córdoba.
Pocos personajes, pocas palabras, pocas escenas, pocos (y simples) trucos narrativos. Notable capacidad de selección, entonces, para concentrarse en lo esencial.
Y en esa selección, vale destacar el uso de una pequeña colección de enunciados -a veces una enumeración, en otras una inversión de los términos, alguna vez un juego de espejo entre los personajes con las mismas palabras- que pueden retornar cada tanto, cuando cambian las circunstancias, para marcar un punto de inflexión en la historia de alguien (como variante literaria, si se quiere, de la función que cumple en una canción su estribillo).
Dividida en dos partes, con un par de protagonistas centrales en cada una de ellas, la novela recorre varias décadas del siglo 20. Es una novela de migraciones, se podría decir, si se pone atención al movimiento de los personajes, que van de España a Argentina, y viceversa, o de Italia a Argentina y desde aquí hacia el continente sudamericano.
Es una novela de violencias, se podría apuntar también, si uno se detiene en los hechos que jalonan la vida de sus actores.
Hay, por lo menos, datos que indican violencia estatal, política, institucional, social, de clase y de género. Más el desarraigo; las rupturas familiares y las consiguientes necesidades afectivas insatisfechas; la presión combinada y siempre latente de los mandatos y las tradiciones, de la pobreza y del hambre; y secretos que dificultan tener plena conciencia de la identidad.
Todo eso da para un novelón triste, amargo, interminable. El mérito de Irastorza es, justamente, haber encontrado la manera de economizar páginas y que la tristeza que irradia la historia en sí quede eclipsada, en el buen sentido de la palabra, por la belleza que emana de su modo de narrarla. En otros términos, que la tristeza y la belleza sean las dos caras de una misma moneda.
Hasta aquí, Irastorza había publicado buenos y premiados relatos y una más que interesante primera novela: El modo exacto de estar en el mundo, especie de relato utópico ambientado en su Bell Ville natal, donde el abuelo del narrador conduce la organización de un “principado” independiente de todo Estado. Ahora, con El orden de los actores se proyecta por encima de sus antecedentes.
Esos “hermosos sueños” de Fermina y José, o de Gina y René, para usar las palabras del epígrafe, que se estrellan contra una “tormenta” capaz de quitarles “la felicidad”, seguramente fueron los sueños y la tormenta de algún antepasado nuestro. Y que una novela sea capaz de contarnos la historia de nuestra familia es un hecho extraordinario.
Rogelio Demarchi
Miércoles 15 de agosto de 2018
Publicado en La Voz del Interior
Es una novela de violencias, se podría apuntar también, si uno se detiene en los hechos que jalonan la vida de sus actores.
Hay, por lo menos, datos que indican violencia estatal, política, institucional, social, de clase y de género. Más el desarraigo; las rupturas familiares y las consiguientes necesidades afectivas insatisfechas; la presión combinada y siempre latente de los mandatos y las tradiciones, de la pobreza y del hambre; y secretos que dificultan tener plena conciencia de la identidad.
Todo eso da para un novelón triste, amargo, interminable. El mérito de Irastorza es, justamente, haber encontrado la manera de economizar páginas y que la tristeza que irradia la historia en sí quede eclipsada, en el buen sentido de la palabra, por la belleza que emana de su modo de narrarla. En otros términos, que la tristeza y la belleza sean las dos caras de una misma moneda.
Hasta aquí, Irastorza había publicado buenos y premiados relatos y una más que interesante primera novela: El modo exacto de estar en el mundo, especie de relato utópico ambientado en su Bell Ville natal, donde el abuelo del narrador conduce la organización de un “principado” independiente de todo Estado. Ahora, con El orden de los actores se proyecta por encima de sus antecedentes.
Esos “hermosos sueños” de Fermina y José, o de Gina y René, para usar las palabras del epígrafe, que se estrellan contra una “tormenta” capaz de quitarles “la felicidad”, seguramente fueron los sueños y la tormenta de algún antepasado nuestro. Y que una novela sea capaz de contarnos la historia de nuestra familia es un hecho extraordinario.
Rogelio Demarchi
Miércoles 15 de agosto de 2018
Publicado en La Voz del Interior
______________________
Ricardo Irastorza: “El tiempo juega siempre, y si no lo hace, nos observa desde la tribuna”
Hace algunas semanas, en Córdoba se presentó la novela “El orden de los actores”, del escritor y docente Ricardo Irastorza, libro que pertenece –a su vez- a la colección “El Llavero”, de Comunicarte. En la sección entrevistas, hoy te dejamos una charla con el autor de Bell Ville, quien nos cuenta sobre este relato a cuatro voces, de personajes que son retrato de dos épocas históricas y políticas mundiales, y que viajan en el tiempo para interpelarnos por lo que significa la memoria, el destierro y el exilio.
La nueva historia de Ricardo Irastorza tiene movimiento. De principio a fin. Sus personajes se mueven, juntos y por separado, de un lado a otro del mundo, y nosotros como lectores, los vamos siguiendo en cada paso que dan, tratando de entender lo que ellos tampoco entienden a medida que se van moviendo, que van siendo.
Fermina y José, Gina y René son los cuatro protagonistas de esta novela, “El orden de los actores”, que hace algunas semanas se presentó en la ciudad de la mano del cordobés Ricardo Irastorza. Ellos construyen dos relatos, y a su vez muchos más, porque su pasar por el mundo es justamente moverse o entender que muchas veces las coordenadas donde estamos ubicados implican necesariamente que nos vayamos moviendo, aunque no lo queramos.
Los cuatro personajes son protagonistas de dos historias que –a simple vista- no tienen conexión entre sí ya que el tiempo y la geografía los separa. Sin embargo, hay algo que los une, como si fueran notas que pueden sonar lindas separadas, pero que unidas bajo una tonalidad le dan cuerpo a una bella canción y crean otros significados. Eso, “El orden de los actores” es como una canción, y la comparación no es del todo casual, ya que su autor eligió introducirnos al relato recordando la bella melodía de jazz “Nauges”, de Django Reihardt.
Sobre las historias reales de inmigrantes y exiliados que hay detrás de esta ficción, de la conexión de la novela con sus anteriores trabajos y del tiempo como variable de todo, Irastorza charló con Babilonia, y nos contó un poco más sobre su reciente trabajo en esta charla:
- En esta novela nuevamente haces foco en historias mínimas, de personas que son parte de un paisaje social, político y cultural macro, pero que sus pequeñas existencias nos permiten reconocer el todo. ¿Qué te seduce de esos pequeños retratos individuales para contar lo general de un tiempo o una época?
- Son las historias de la gente que iluminó mi vida y la llenó de cosas para decir. Durante mucho tiempo creí que yo no escribía sobre mi tiempo o mi época. Ahora que después de muchos años me he puesto a releer mis cuentos anteriores, me doy cuenta de que pese a que apunto más a lo fantástico –aunque no es el caso puntual de esta novela–, no he hecho otra cosa que testimoniar eso.
- El tiempo es una variable que juega un papel fundamental en el relato planteando movimientos pero también continuidades, ¿qué importancia le diste vos como protagonista en sí al paso del tiempo?
- El tiempo siempre juega un papel fundamental, siempre es protagonista, en la ficción o en la vida real, ya sea restañando, reconstruyendo, induciendo al olvido o, por qué no, a la confusión. En El orden de los actores, los protagonistas cruzan fronteras, determinantes en la vida de ellos; es el transcurrir del tiempo el que le da ese carácter determinante, no la geografía. No es nuevo para mí: también tuvo un papel fundamental en El modo exacto de estar en el mundo, mi anterior novela.
Por otra parte, hay una temporalidad del momento de la escritura, un momento preciso y –creo yo– único e irrepetible. Hace poco escuché la lectura en voz alta de un párrafo de El orden de los actores y me resultó casi novedoso, como si no fuera propio... Podría decirse que el tiempo juega siempre, y si no lo hace, nos observa desde la tribuna.
- Aquello que queda suspendido, lo que no se resuelve, también es lo que genera un peso en la historia, ¿crees que en literatura las ausencias son tan importantes como las presencias?
- Sí, claro, como los silencios en la música, los trazos discontinuos en el dibujo, o los tantos recursos que existen en la pintura para decir sin mostrar. O acaso para no decir nada y dejar un lugar para que cada uno haga con esa supuesta ausencia lo que quiera o pueda. Incluso irse de la obra y volver al tiempo hecho otro.
- Fermina y José, Gina y René, ¿qué quisiste reflejar en cada una de estas parejas, de sus encuentros y desencuentros?
- El libro tiene dos partes bien definidas, que parecen inconexas y terminan relacionándose. Las dos parejas viven dos lugares y dos momentos de conflicto, y cada uno de sus integrantes asumen una posición ante esos conflictos. Lo ideológico tiene mucho que ver en esos encuentros y, sobre todo, desencuentros. Sin embargo, eso surgió durante la escritura, no me lo había propuesto.
- El sentimiento de lejanía, de inmigración, de exilio sobrevuelan la novela, pero la ubicación de los personajes entre España y Argentina es puntual. ¿Hay alguna historia personal detrás de estas vidas ficcionales que fueron disparadores creativos a la hora de escribir? ¿Cuáles?
- Soy nieto de inmigrantes vascos, y eso, que fue muy fuerte en mi infancia, me dejó una marca. Hace pocos años me contaron una anécdota de cuando mi abuela era niña, y allí se originó la primera parte del libro; entonces me fui a recorrer la frontera entre el País Vasco y Francia, donde se desarrolla y donde están mis ancestros. Otra cosa es la segunda parte, en la que el personaje busca, además de construir su vida, cómo salir del país en medio de la dictadura. Eso también surgió mientras iba escribiendo, y no es casual. Esa intención de escapar de tanta muerte, de tanta locura, de tanta incertidumbre sobre la suerte de cada uno, fue una constante en la década del setenta. Como el personaje de René, hubo quienes no militaban pero compartían la idea de una sociedad más libre y más justa e igualitaria, y muchos de ellos la pasaron mal (tan mal o incluso peor que quienes tenían una organización que de alguna manera los amparaba), porque ser un librepensador siempre implicó riesgos. Muchos vieron el peligro e intentaron irse; no todos pudieron, y de esos algunos ya no están. Constituyen una franja de la que pocos se acuerdan, ni de los vivos ni de los muertos. Aunque esa parte del libro no es personal, yo soy de esa generación y viví esa incertidumbre.
- El título de la novela, “El orden de los actores”, me remite al pensamiento lógico y matemático de los factores y el resultado, ¿pensás en el mundo o la existencia como una serie de eventos que tienen siempre su causa y efecto? ¿o fue sólo una propuesta literaria para esta novela?
- El nombre original del libro fue Nuages, uno de los clásicos de Django Reinhardt y que es el que toca René en un momento crucial de su historia. Con buen tino, la editora –Karina Fraccarolli, de Comunicarte– me sugirió cambiar el nombre, porque por acá tenemos inventiva para la fonética inglesa pero no para la francesa, y terminaría siendo “nuajes”, con una rotunda jota. Entonces puse en escena “El orden de los actores”, que en principio no era más que un juego de palabras, ligado a aquella propiedad de algunas operaciones que nos enseñaban en la escuela. Terminó por gustarme y con el tiempo me he dado cuenta de que, en realidad, encaja con los actores de este libro, donde el orden no es estrictamente espacial, sino que se relaciona con el tiempo, con el tiempo de esos actores, algo que ya hablamos.
Florencia Vercellone
Miércoles 1 de agosto de 2018
Publicado en Babilonia Literaria
______________________
Un camino de ida
Publicado en Babilonia Literaria
______________________
Un camino de ida
La vida es un camino de ida. No hay retornos. Pero, sin embargo, sí hay memorias. Memorias de un pasado que se vuelve hacia un futuro impredecible, pero latente en un presente que se construye mecánicamente, en el devenir de los momentos, fugaces a veces, pero que dejan marcas, huellas, heridas, cicatrices.
Lo vivido es un camino de ida. Y ese camino de ida es también un recorrido de bifurcaciones, de ramales que se intersectan o se dividen, que no parecen tocarse, pero que se atraviesan.
Así son las historias de “El orden de los actores”, de Ricardo Irastorza. Una novela breve, de rápida lectura, con profunda calidad descriptiva que invita a recorrer página tras página casi sin respiro, aunque también por el reflejo condicionado de los puntos de encuentro entre los personajes que habitan distintos lugares en diferentes tiempos, que no parecen tener nada que ver entre sí, pero que, al menos, terminan por encontrarse en las mismas búsquedas, en las mismas carencias, en las mismas felicidades pasajeras, en las mismas penas consuetudinarias.
Y en el amor. En ese amor que, como la vida, es una camino de ida; un planeador montado contra el viento de las contradicciones, entre lo que se desea y lo que se tiene, entre lo que se construye y lo que se derrumba, entre lo que se fantasea y lo que se diluye en realidades incontrastables, entre territorios dispersos y etéreos a los que asisten casi de manera inconsciente Fermina y José o Gina y René. Entre España y Argentina, entre los ecos de la guerra y los alaridos de una dictadura incipiente.
Y huir, siempre huir, escapar hacia nuevos universos en los que poder dar rienda suelta al carretel del hilo de los sueños que se aferran a un mundo posible, concreto, tangible, aún en los encuentros fugaces o los desencuentros perpetuos que desencadenan soledades inabarcables.
La vida y el amor son un camino de ida. No hay retornos. Pero, sin embargo, sí hay memorias. Memorias como regresos. Y hay nombres. Personajes para una historia escrita por Irastorza con precisa austeridad, con profunda belleza en algunos paisajes, y con delicada asfixia en otros. Sabiendo el autor (y el lector, por añadidura) además, y en todo momento, que el orden de los actores, no alterará el producto.
Fernando Viano
Lo vivido es un camino de ida. Y ese camino de ida es también un recorrido de bifurcaciones, de ramales que se intersectan o se dividen, que no parecen tocarse, pero que se atraviesan.
Así son las historias de “El orden de los actores”, de Ricardo Irastorza. Una novela breve, de rápida lectura, con profunda calidad descriptiva que invita a recorrer página tras página casi sin respiro, aunque también por el reflejo condicionado de los puntos de encuentro entre los personajes que habitan distintos lugares en diferentes tiempos, que no parecen tener nada que ver entre sí, pero que, al menos, terminan por encontrarse en las mismas búsquedas, en las mismas carencias, en las mismas felicidades pasajeras, en las mismas penas consuetudinarias.
Y en el amor. En ese amor que, como la vida, es una camino de ida; un planeador montado contra el viento de las contradicciones, entre lo que se desea y lo que se tiene, entre lo que se construye y lo que se derrumba, entre lo que se fantasea y lo que se diluye en realidades incontrastables, entre territorios dispersos y etéreos a los que asisten casi de manera inconsciente Fermina y José o Gina y René. Entre España y Argentina, entre los ecos de la guerra y los alaridos de una dictadura incipiente.
Y huir, siempre huir, escapar hacia nuevos universos en los que poder dar rienda suelta al carretel del hilo de los sueños que se aferran a un mundo posible, concreto, tangible, aún en los encuentros fugaces o los desencuentros perpetuos que desencadenan soledades inabarcables.
La vida y el amor son un camino de ida. No hay retornos. Pero, sin embargo, sí hay memorias. Memorias como regresos. Y hay nombres. Personajes para una historia escrita por Irastorza con precisa austeridad, con profunda belleza en algunos paisajes, y con delicada asfixia en otros. Sabiendo el autor (y el lector, por añadidura) además, y en todo momento, que el orden de los actores, no alterará el producto.
Fernando Viano
Viernes 8 de Junio del 2018
muy bueno
ResponderBorrar